Detrás de lapsus, olvidos y falta de concentración encontramos la huella del covid. Es otra de las secuelas emocionales de la fatiga pandémica que sufre la mitad de la población

Pasado ya un año desde que se inició la pandemia del Covid, nos encontramos con un problema de salud añadido: ya no se trata solo del daño y las secuelas físicas que sufren las personas que se han contagiado, sino del impacto emocional que ha tenido en nosotros y que está afectando a nuestra salud mental. Así, según la Organización Mundial de la Salud, más de la mitad de la población sufre de fatiga pandémica, un tipo de estado de ánimo que se manifiesta en estrés, insomnio y/o depresión y que, además, ha provocado a un aumento de casos en los que las personas se han visto afectadas por pérdidas leves de memoria. Cada vez es más común que los pacientes que acuden a consulta comenten que están sufriendo lapsus a los que no encuentran justificación, «Dicen que, en lo que tardan en llegar a la cocina a buscar algo, olvidan para qué habían ido allí; también refieren que tienen dificultad para recordar nombres, tanto de personas como de cosas. Este tipo de problemas de memoria empiezan a generarse entre los 45 y 55 años y son más frecuente entre las mujeres«, estos despistes están casi siempre relacionados con una mayor dificultad para focalizar la atención.

Ante una situación de pérdida repentina de memoria, es normal que salten las alertas. «Muchas personas creen que estos olvidos pueden deberse a que están empezando a presentar síntomas de la enfermedad de Alzheimer, pero rara vez es así; hay que recordar que el Alzheimer está relacionado con otro tipo de deficiencias cognitivas y no solo con la pérdida de memoria. Es algo que deberá precisar y diagnosticar el especialista». Más allá de enfermedades tan graves e irreversibles, debemos plantearnos que llevamos meses sufriendo un estrés sostenido, viviendo con la incertidumbre. En este sentido, las causas de estos despistes “están íntimamente relacionadas con situaciones de ansiedad, estrés o emociones intensas, así como con insomnio, depresión, consumo de drogas y alcohol, mala alimentación y efectos secundarios de algunos medicamentos”.

Estrés, cortisol y Covid.

No debemos olvidar que cuando una persona está sometida a un elevado nivel de estrés, o cuando sufre de ansiedad o emociones intensas, estas alertas provocan un aumento de la producción de cortisol en el organismo. «Esta hormona nos ayuda a superar esta situación y, una vez superada la crisis, los niveles de cortisol caen y el cuerpo se recupera», «Sin embargo, cuando se mantiene el nivel de alerta durante mucho tiempo, la tensión no pasa y este mecanismo de defensa empieza a funcionar mal provocando ansiedad, depresión, cefaleas, problemas de sueño y pérdida de memoria. Esto no solo provoca la muerte de células cerebrales, sino que también genera problemas para que el cerebro fabrique nuevas neuronas, lo que ocasiona problemas en el pensamiento cognitivo, especialmente a la hora de retener nueva información». También indica que la privación de sueño agrava estos efectos, pues los recuerdos se organizan y almacenan durante el sueño. Asimismo, los bajos niveles de serotonina vinculados a la depresión afectan a la capacidad de concentración y atención. «La depresión provoca un tipo de pérdida de memoria similar a la causada por la demencia, aunque en este caso va acompañada de profunda tristeza, falta de apetito o trastornos del sueño». Por todo ello,

desde su punto de vista, la forma más eficaz de prevenir o retrasar la aparición de la pérdida de memoria es mantener hábitos de vida saludables, una dieta equilibrada, un buen descanso y un sueño reparador; también protege nuestra memoria el practicar ejercicio de forma habitual, tener una vida social sana y realizar actividades cognitivas que fortalezcan la memoria como leer, aprender un idioma o a tocar un instrumento musical. En el caso de las personas mayores, lo ideal es que sea el especialista el que defina un programa específico y personalizado basado en actividades recreativas. “El cerebro es como un músculo y cuanto más se usa más fuerte se vuelve. Si no obtiene los nutrientes necesarios, si la persona afectada deja de ejercitar sus habilidades sociales y cognitivas, las funciones cerebrales se deteriorarán y la pérdida de memoria irá en aumento», concluye la neuróloga Alessia Pepe.